09 de Agosto de 2012 | Notas

La liebre y la tortuga

El valor de la perseverancia, no confiarse, cuidarse de la soberbia, y no creerse que ir rápido es el mejor atributo.

¿Que nos hace mas lentos en la vida de negocios? 

¿Que atenta contra la velocidad requerida hoy?

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En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.
-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy divertida, aceptó.

Y como nos cuenta la fabula de Esopo, en esa carrera que parecía desigual, la tortuga siguió caminando sin detenerse, y la liebre, confiada en su velocidad, se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida. Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde: la tortuga había ganado la carrera.

Entre sus moralejas están: el valor de la perseverancia, no confiarse, cuidarse de la soberbia, y no creerse que ir rápido es el mejor atributo.

Pero…pero…la verdad: la tortuga solo gana en esa carrera! Porque a la hora de elegir, las empresas se ven ante una realidad incontrastable: la velocidad es clave en la época que vivimos. Velocidad de respuesta, capacidad de cambio, de innovar, de resolver problemas, de adaptarse a lo diferente, de vorágine de la tecnología y la comunicación, velocidad en productos y servicios rápidamente perecederos, velocidad para pensar, decidir y filtrar información de la conducción empresaria, para aprovechar oportunidades y neutralizar amenazas. Lo que suponemos bueno, desde la oferta, sin la agilidad que la demanda requiere, nos hace perder mercados: ser y atender rápido. Velocidad encarnada en las nuevas generaciones, que a los “maduros” nos resulta más compleja. Por eso, cuando mi hijo me dice, “papa, la pc e internet están lentos”, no comprendo de qué habla. Pero para él es algo evidente.

Entonces, que nos hace mas lentos en la vida de negocios? Que atenta contra la velocidad requerida hoy?

· Las viejas creencias: se necesita sacarse las anteojeras con que naturalmente conducimos y tomamos decisiones. Hay que poder cuestionar los moldes y modelos con los que pensamos y actuamos en lo cotidiano, para obtener mejores resultados. Como sabemos, si resolvemos lo nuevo con los mismos esquemas, solo obtendremos más de lo mismo. La velocidad del cambio obliga a reformular las ideas con que conducimos y pensamos los negocios. Nuestra capacidad de adaptarnos a circunstancias tan cambiantes depende de esa apertura mental a lo diferente, a lo que contrasta con nuestra visión.

· Exceso de especialización en los cargos: vivimos una era donde la especialidad interna puede aislarnos. Debemos generar mecanismos de integración de ideas e información. Nadie por si solo puede comprender la cantidad y calidad de fenómenos que suceden en el contexto. Ningún sector por si solo encontrara las mejores respuestas, sino que lo será el conjunto. Por otro lado, es un momento donde formaciones y conocimientos que antes parecían no tener relación con los negocios, hoy tienen algo para aportar.

· Esquemas formales rígidos: estamos acostumbrados a pensar en términos de jerarquías y organigramas, que poco reflejan la era que vivimos, donde las relaciones informales, y los liderazgos tienen otra manera de expresarse y ser reconocidos. La velocidad de respuesta depende mas de la relación entre las áreas, en esas zonas grises plenas de frases como “este no es mi tema”, o “esto no me corresponde”. Es en la interrelación entre sectores, que muchas veces actúan cerrados en si mismos, que vamos a encontrar el ritmo y capacidad de resolución que la actualidad nos obliga. Lo que podríamos llamar “redarquía”.

· Exceso de complejidad: por inercia tendemos a agregar procesos, productos, personal. Para ser agiles como hoy necesitamos, es condición retomar la simplicidad. Es bueno cada tanto pararnos ante las cosas y preguntar: “y esto, para que sirve?” nos vamos a encontrar con duplicación de procesos, redundancias, y por lo tanto, con aspectos que podemos simplificar para recuperar velocidad de gestión.

· Déficit en la comunicación: en línea con lo anterior, justamente es clave promover la permanente comunicación interna, desplegando las reuniones necesarias, y que sean efectivas. Escucho a menudo decir, que no hay reuniones para evitar la “reunionitis”, rara enfermedad empresaria, que esconde en realidad un déficit: la capacidad para hacer encuentros para tomar decisiones, y que las mismas sean programadas con inteligencia y enfocadas a la búsqueda de soluciones.

· Ambiente motivador: no se trata de dar zanahorias que impulsen a la acción, si no de crear un ambiente motivador en el cual se mejore el desempeño medio del conjunto de nuestra gente. A veces nos quejamos de la falta de incentivo e iniciativa, pero acaso lo favorecemos? Lo alentamos? Damos herramientas y oportunidad para que la pasión y el talento se expresen? O ante le primer idea o propuesta que sale de lo estándar lo desechamos o postergamos?

· Ebullición creativa: crear un clima de creatividad, promover de modo sistemático la innovación, en productos, servicios, procesos, relación con clientes, es determinante para sobrevivir y crecer. Para lo cual tenemos que generar espacios que nos permitan poner en marcha la capacidad creativa que todos tenemos. Cuanto más propiciemos pensar y hacer diferente, mas novedades pondremos en marcha.

· Compartir información clave: hasta hace poco, cierta información se tomaba como secreto de estado. Hoy justamente el conocimiento compartido favorece la toma de decisión, el conocimiento de aspectos antes ocultos, como los números, la rentabilidad, y otros, aportan capacidad de gestión, y mayor compromiso con el proyecto empresario.

· Gestionar conocimientos: todos los integrantes de la empresa, a partir de su rutina y quehacer cotidiano, incorporan información, desarrollan conocimientos. La cuestión es: los aprovechamos? Los integramos y compartimos? Los transformamos en riqueza y capital empresario? O ante lo nuevo actuamos como si nada de eso existiera? La ventaja competitiva ya no es lo que era, no la encontraremos en productos y servicios. La gestión del conocimiento, y por lo tanto, las personas, serán la base de dicha ventaja en el futuro. Cuando todo es fácilmente imitable, si todo cambia a gran velocidad, la diferencia la va a marcar el capital humano y el capital de conocimiento que seamos capaces de administrar, potenciar y gestionar.

· Familia y negocios: una buena articulación familia empresa es el mejor antídoto ante la incertidumbre creciente, y la cantidad de variables poco controlables del contexto. Todo lo que trabajemos para mejorar dicha articulación favorecerá la adaptación ante un contexto en permanente cambio. Lo que hoy podemos llamar “vivir en el cambio”.

La liebre y la tortuga: una buena metáfora, pero también la necesidad de ser liebres inteligentes, perseverantes, carentes de soberbia…pero liebres al fin!

Lic. Néstor Rabinovich
www.rabinovichasesor.com.ar

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