Los makers reivindican lo digital para recuperar lo lúdico
Muchos recordamos con cierta nostalgia nuestros juegos infantiles. Y en muchos de ellos usábamos la cabeza, pero también las manos: construíamos apilando cubos, hacíamos castillos de arena, moldeábamos plastilina. Nuestra curiosidad nos empujaba a explorar el mundo que nos rodeaba e intentar enriquecerlo con nuevos objetos o dibujos. Pero esa disposición lúdica de construir fue perdiéndose con los años. Hoy, con suerte, cambiamos una lamparita de luz o empuñamos un taladro para colgar un cuadro.
La capacidad de producir también se fue alejando de los adultos: con el avance de la sociedad industrial, la fabricación en masa fue desplazando más y más la labor artesanal. Por esta razón, por causa del avance tecnológico, la mayoría de nosotros trabajamos realizando tareas que requieren usar mucho más la cabeza que las manos. Dejamos de ser generadores de objetos para convertirnos en meros consumidores de productos.
Sin embargo existe una creciente cantidad de gente a nivel mundial que intenta dar vuelta por completo este problema: el movimiento maker (hacedores) reivindica el uso de máquinas de fabricación digital más avanzadas para recuperar la capacidad individual de producir objetos por nuestros propios medios.
El desafío es animarse a volver a jugar aprovechando las asombrosas alternativas disponibles para un adulto. Para ello es posible sumar a las herramientas habituales (como un martillo, una sierra o un taladro) otras mucho más avanzadas: impresoras 3D, cortadoras láser, CNC (devastadoras) o placas controladoras como Arduino abren la puerta a que todos podamos fabricar cualquier cosa que podamos imaginar. Y a falta de imaginación, cual recetarios de cocina, numerosas páginas de Internet permiten encontrar las instrucciones detalladas para producir los objetos más variados.
Dado el costo relativamente elevado de este tipo de máquinas, resulta difícil tenerlas en casa. Para suplir ese problema surgieron talleres llamados fab labs o maker spaces que ofrecen acceso a los equipos alquilándolos por hora o pagando una membresía similar a la de un gimnasio. También brindan cursos introductorios que permiten iniciarse en el manejo de estas poderosas herramientas. Los primeros espacios de estas características (como GarageLab y NETI) abrieron sus puertas en Buenos Aires recientemente y otros comienzan a abrir en más ciudades del país.
El verano pasado, junto a mi hijo mayor, decidimos fabricar juntos nuestro primer objeto, siguiendo las instrucciones que hallamos en una página Web: un cubo de luces LED de colores soldadas entre sí conectado a una placa controladora que permitiera programar el encendido rítmico de las lámparas. Ninguno de los dos había empuñado nunca una soldadora ni programado una placa. Después de varios intentos fallidos producto de nuestra impericia, llegó el momento especial: los LED comenzaron a destellar y nos maravillamos incrédulos frente a nuestra propia creación.
Como sucede a menudo, la misma tecnología que nos alejó del uso de las manos y nos convirtió en consumidores pasivos nos abre hoy la puerta a recuperar la capacidad de jugar, de crear y convertir en realidad nuestros inventos.
Herederos de la ética colaborativa propia del software de código abierto (open source), la comunidad de los hacedores es profundamente receptiva y siempre aparece alguien dispuesto a ayudar a los novatos a dar sus primeros pasos. El desafío es animarse. Todos podemos ser makers.
Fuente: La Nación