La industria de juguetes en nuestro país comenzó tímidamente en pequeños, y a veces precarios, talleres que fueron creciendo hasta dar origen, en los primeros años de la década de 1940, a una industria floreciente que se consolidó durante el primer y segundo peronismo.
No sería aventurado afirmar que los rodados y los juguetes de cartón o papel inauguran la juguetería argentina, ya que una de las fábricas más antiguas de la que se tiene noticia es Bellotti Hnos, que producía remociclos y triciclos desde 1889. Algunos años después, en 1914, se funda la fábrica de rodados para niños La Automática, que ya en 1924 incorpora la fabricación de malcriados y muñecas. Durante las décadas de 1910 y 1920 los festejos de carnaval, tan esplendorosos como multitudinarios, incluían la demanda de artículos de papel y cartón siempre novedosos.
Hacia 1926 el italiano Ricardo Fazzini da inicio a su producción de caretas y artículos de cotillón que dieron lugar con el paso del tiempo a títeres, muñecos y dominguillos de papel maché de diseño absolutamente original. Si bien por esos años la mayoría de los juguetes que circulaban eran importados, los juegos de sociedad, por sus características, requerían de adaptaciones que alentaron su fabricación en el país. En 1931 el español Baqués Parera y sus dos hijos comenzaron a elaborar juegos con la marca Cascabel, sumándolos a su tradicional surtido de naipecitos de juguete. Pero ellos no son los únicos que comienzan a introducir en el mercado productos de papel y cartón de su propia factura hasta llegar a competir con los importados; tampoco son los únicos inmigrantes que incorporan a esta incipiente industria las técnicas y saberes que traen de sus países de origen.
En 1936, huyendo de Alemania, llega Guillermo Stadecker. Vuelca su experiencia como obrero en una fábrica de juguetes alemana en una línea de juegos de sociedad que sale al mercado el 1 de abril de 1937. Este primer juego, un rompecabezas con el mapa de Argentina, inaugura los Juegos Mundial. Ese mismo año, la imprenta y cartonería Casa Estanciero crea el Estanciero, versión vernácula del Monopoly, que constituye sin duda un símbolo de nuestro pasado latifundista.
Si bien rodados y juegos de sociedad parecen liderar los comienzos de esta industria, también se producen otros tipos de juguetes en la Argentina de principios del siglo XX. Ya en 1915 Carlos Morando moldeaba en pasta de papel maché unas muñecas negras que llegarían a ser las muy populares "negritas de Morando". Hacia fines de la década de 1930, tanto Pablo Frecero como los socios Manuel Sobreira y Fernando Ruiz Toranzo empiezan a fabricar muñecos utilizando pasta y género. El estallido de la Segunda Guerra y el nuevo escenario económico de sustitución de importaciones fomentan el crecimiento de la industria del juguete y da lugar a la consolidación de las fábricas existentes. En 1939 abre sus puertas Bebilandia, que no sólo producirá la Marilú argentina, sino también una amplia variedad de muñecas y bebés de pasta y papel maché.
Sin embargo, no todo son juguetes para niñas. Entre 1924 y 1935 la firma Giró y Dagá fabrican soldados de plomo semiplanos y macizos con la marca Notifixis, y Moisés Belous, apenas llegado a nuestro país, en 1925, produce su larga serie de soldaditos Plombel. Hacia 1933, del taller que el ebanista Angel Guisado tenía en Flores salieron los primeros billares para niños.
En 1935 la firma Matarazzo irrumpe en el mercado. Su notable organización comercial y la calidad de sus juguetes de hojalata litografiada la convierten en una de las más importantes de nuestra industria. A su variado surtido de productos agrega los de muchos pequeños fabricantes que distribuye en todo el país utilizando su propia flota de camiones y ampliando notablemente la presencia de juguetes en el interior. El volumen de producción de Matarazzo puede apreciarse al observar la cantidad de juguetes que han perdurado hasta nuestros días. También a mediados de la década de 1930, Manuel Hojman, cuya metalúrgica había sido fundada en 1906, lanza sus alcancías, calesitas y otros juguetes de chapa esmaltada y sin esmaltar. Estos juguetes -que con los años serían de hojalata litografiada y llevarían la marca OMA- han acompañado a varias generaciones de niños hasta el cierre de la fábrica, a principios de 1980.
Los primeros años de la década de 1940 preanuncian el crecimiento que esta industria habría de tener durante los siguientes quince años. Dejaremos la continuación de esta historia para una próxima oportunidad. Hasta entonces.
(*) Este artículo fue publicado en Juguetes, publicación oficial de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete, Año 57, N° 257, de octubre de 2004. Fue el primero de la serie destinada a contar brevemente la historia de la industria de juguetes en Argentina, y de la cual se han publicado dos avances.